De todos los países latinoamericanos que conozco -más por el trato a sus diplomáticos y visitas de trabajo, que por turismo-, el Ecuador siempre me ha parecido un enigma, ya que no he logrado comprender su comportamiento diplomático, pues sus respuestas siempre me han parecido irracionales.
Especialmente ahora con la toma de nuestra embajada en Quito, donde se violaron todas las convenciones internacionales: la de Viena sobre Relaciones Diplomáticas, las de Asilo, sobre la resolución de controversias, de derechos humanos y, sobre todo, las relaciones de amistad y solidaridad con un país hermano, como lo ha sido México todo el tiempo.
Su reciente historia política, desde el regreso a la democracia en 1979, ha sido contradictoria, donde sólo 5 presidentes han logrado terminar su periodo presidencial de 11 posibles, por lo que han desfilado 16 mandatarios en todo ese periodo ante la eterna pugna entre poderes, sin contar con la actual crisis de seguridad pública, donde incluso se asesinó a un candidato presidencial.
El mismo Daniel Noboa -actual presidente- es producto de otro truncado gobierno que recurrió al absurdo recurso de la “muerte cruzada”, contemplado en la constitución, donde el expresidente Lasso decretó la desaparición de poderes (legislativo y ejecutivo), ante una supuesta crisis política para, de esa forma, adelantar elecciones (agosto de 2023) y concluir el periodo en 2025.
Quizá esa inestabilidad interna explique en algo su comportamiento errático en el exterior, si entendemos que la política exterior es consecuencia lógica de la coyuntura interna, en este caso, plena de contradicciones.
Mi primer encuentro con una diplomática ecuatoriana fue en Washington (OEA), cuando se presentó ella como nueva representante alterna de su país en temas de seguridad hemisférica, es decir, colega mía y aliada, en virtud de las coincidencias importantes en el tema. Incluso, se creó una buena amistad, que siempre ayuda en la diplomacia. Con esa confianza, un día le dije en broma que un buen slogan de turismo para su país podría ser “Ecuador: el ombligo del mundo”, en referencia a que su territorio está justo en la mitad del planeta, separando los dos polos de la tierra y, por tanto, el kilómetro cero del globo terráqueo, que también es un atractivo turístico de los que visitan ese país.
Ahí me di cuenta de que quizá no hablábamos el mismo idioma, pues después de la ingeniosa propuesta -según yo-, vino una cierta recriminación por considerar a su país un ombligo y no una cabeza, por ejemplo, a lo que contesté que se trataba -en términos mexicanos- de un cumplido al considerar a su país el centro del mundo; lo que tampoco entendió y hasta pensó que me estaba burlando -quizá tampoco sabía de geografía-. Ya no insistí y la amistad se enfrió un poco, aunque seguimos siendo aliados en los temas de seguridad.
Supongo que, si ahora le dijera a la colega ecuatoriana que su país es el centro de la crisis diplomática a nivel mundial, por su incursión en la embajada de México, violando el derecho internacional, tal vez me creería hoy y diría: “ya viste, somos el centro del mundo, no el ombligo”.
En otra ocasión, vi a su embajador -que tenía un pleito casado con el secretario general de la OEA-, en plena sesión del consejo permanente, agradecer al mismo por el papel de baño comprado para los servicios del edificio, en su intento de hacerle ver que era un simple secretario general y no presidente del organismo, al recriminar sus posiciones políticas sobre Venezuela, Bolivia y Nicaragua en sus diferentes crisis políticas, cuando Ecuador era parte del eje bolivariano. Fue tan bajo el nivel del embajador, que el mismo gobierno ecuatoriano pidió disculpas por el exabrupto y solicitó suprimir tal comentario del diario de debates.
Entonces, me entró la curiosidad e investigué si ese país tenía una escuela diplomática, pues era notorio el desconocimiento de las formas de la diplomacia. Así, me enteré de que la Academia Diplomática de Ecuador había sido creada apenas en 1987, y cerrada -lamentablemente- en 2011, capacitando únicamente a 13 promociones -seguro que en ninguna estuvo mi colega ni el embajador-, hasta que fue reabierta en diciembre de 2018, por el presidente Lenin Moreno, quien la incorporó lógicamente a la estructura del Ministerio de Relaciones Exteriores, pues sepa Dios donde estaría.
Igualmente, me parece que la ausencia de un servicio exterior profesional es a todas luces un riesgo para cualquier país, pues dejar la política exterior en manos de inexpertos o, peor aún, de la elite frívola en el poder -a como son las élites en Latinoamérica-, lleva inexorablemente a tomar decisiones al vapor y equivocadas, como fue el caso de la incursión grosera en la Embajada de México. Seguro que la decisión final vino del propio Noboa, quien se pasó el derecho internacional y las convenciones por el ecuador de su ignorancia.
Finalmente, recuerdo también que hace algunos años, en el marco de una asamblea general de la OEA, vi con total sorpresa y estupor al entonces canciller ecuatoriano perder el control y vociferar a grito abierto en contra de la OEA y todos sus países miembros, a los que trató de tramposos y corruptos, cuando en la comisión general -instancia donde se negocian y resuelven las últimas diferencias de las resoluciones a emitir- había perdido una votación importante. Entonces, su único recurso era someter la misma propuesta al pleno, donde debía obtener, me parece que 2/3 partes de los votos, cosa que nadie de su equipo le advirtió, por lo que volvió a perder el control y amenazó con no irse hasta lograr su objetivo. Eran ya casi las diez de la noche del último día.
Nadie quiso enfrentarlo. Solamente un embajador centroamericano pidió la palabra y lo puso en su lugar, pues defendió a la OEA y sus miembros de la violencia verbal del ministro ecuatoriano, al decirle que el hecho de que no supiera las reglas de la organización no lo eximía de su responsabilidad para acatarlas. Es decir, le dijo ignorante -diplomáticamente-, que llegó a todo su equipo. Para cerrar su intervención, el embajador sentenció: “a mí no me va usted a asustar con eso de pasar la noche aquí, yo fui panadero en mi juventud y estoy acostumbrado a trabajar toda la noche, así que usted dirá”. Que sacó las carcajadas de todos y acabó con la discusión, pues el canciller ecuatoriano abandonó la sala furioso, derrotado y humillado por el embajador panadero.
En mi opinión, México hace bien en denunciar tal hecho en todas las instancias posibles (ONU, OEA, CELAC), así como demandar la acción ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya, pues no sólo tendrá que sentarse un precedente en contra este tipo de acciones violatorias del derecho internacional, sino una sanción ejemplar, como puede ser la expulsión o, por lo menos, la suspensión de derechos en cada instancia, hasta que -dirían los internacionalistas- las cosas vuelvan a su estado anterior.
Aunque yo no creo que Noboa y su gobierno se vayan a disculpar con México -ya lo dijo-, ni tampoco que devuelvan al exvicepresidente Glas a la embajada. Si ya tomaron el camino de la violación del derecho internacional, no se van a detener en dar explicaciones ni golpes de pecho por lo actuado.
Lo peor que le puede pasar a la política exterior de un país es quedar en manos de las élites, los inexpertos, los improvisados y, mucho menos, de los transgresores de la ley.
Politólogo y exdiplomático
CON INFORMACIÓN DE EL UNIVERSAL