El nuevo Gobierno de Claudia Sheinbaum parece estar dispuesto a nacer herido. Parece destinado a aceptar el fuego amigo contra sí mismo. Aunque llene su gabinete de perfiles profesionales y reitere su compromiso con la ciencia y la técnica, no arribará al poder celebrando. Al sumarse a la propuesta disparatada de López Obrador para elegir a ministros, magistrados y jueces federales, cruzará la puerta de Palacio Nacional cojeando, mal herida. Al apoyar explícitamente la reforma judicial ideada por AMLO, demuestra que la preocupación que la ata a él con ella no es combatir la injusticia cotidiana padecida por la población. Él quiere demostrar quién manda, a pesar de haber entregado el bastón. Y ella permitirá que lo dispare como bazuca en su contra.
No queda claro lo qué pasa por la cabeza de la Presidenta electa, cuando permite a su mentor político seguir marcando la agenda. Se muestra dispuesta a tomar decisiones motivadas por la sumisión y no por la racionalidad; se manifiesta más empeñada en quedar bien con AMLO que en pavimentar el camino a una gestión exitosa. Y mientras discierne cuanto habrá de cambio y cuanto de continuidad, López Obrador se coloca sobre el hombro un arma letal y se la apunta, aunque ella todavía no entiende así.
Basta con ver la cobertura de la prensa internacional, advirtiendo a México sobre los costos de desfondar al sistema judicial, en aras de componerlo. Basta con leer la opinión de expertos participando en los foros de discusión llevados a cabo hasta el momento, cuestionando una agenda que la población no conoce ni entiende. Ahí los voceros gubernamentales revelan que no hay una política de Estado en cuestión de mejorar el acceso a la justicia para los pobres, sin acceso a defensores, sin acceso a una justicia cercana capaz de resolver los temas más simples. No hay un sentido de táctica y estrategia en cuanto a su promoción. No hay una visión de largo plazo ni un plan de gran calado para alcanzarla.
Lo que hay es un Presidente vengativo, cortoplacista e imperioso que se quiere salir con la suya. En el Gobierno hoy prevalece la visión de aprobar la reforma tal y como está, pase lo que pase, arrase con quien arrase. Cualquier postura que no sea la del hombre que la ideó es rechazada tajantemente en foros diseñados para fracasar. Cualquier sugerencia para tocar a las fiscalías, a los ministerios públicos, a los juzgados locales es descartada vehementemente por los paleros presidenciales, que sólo repiten soliloquios simplistas y mantras mañaneras.
Es obvio que el propio López Obrador no conoce las consecuencias de otra reforma atropellada. De nuevo socializa el argumento de la corrupción y la austeridad y los privilegios y la necesidad de combatir todo ello dentro del Poder Judicial. Pero al igual que en muchos otros ámbitos, AMLO es incapaz de medir el impacto de medidas que parecen democráticas, pero más bien son caóticas. No sabe cómo se postulará a los nuevos integrantes del Poder Judicial, cómo harán campaña, cómo se darán a conocer entre la población, cuánto costará el ejercicio y cuntas boletas serán requeridas. No sabe qué ocurrirá con los juicios en trámite o qué pasará con los despedidos. Así como el Insabi, o la rifa del avión presidencial, o la cancelación del aeropuerto de Texcoco o la refinería de Dos Bocas, la reforma judicial es una arrebato político más. Sólo que más costoso para quien lidiará con sus efectos letales.
La confrontación que AMLO está desatando con el Poder Judicial quizás sea enaltecedora para su propia figura, pero no es buena para la próxima administración. Llevará a mezquindades disfrazadas de medidas “democratizadoras”. Llevará a la promoción de intereses personales del Presidente saliente, y al sacrificio de metas de la Presidenta entrante. Llevará a alienar a miles de miembros del Poder Judicial cuyo trabajo necesita para operar a diario, que amenazan con irse al paro por la violación de sus derechos laborales.
Y Claudia Sheinbaum no será vista como la heredera de una visión reformista. Frente al mundo será la operadora de una implosión retrógrada. No podrá presumir la credenciales democráticas que el voto masivo le endosó, cuando valida una reforma desestabilizadora hacia adentro y deslegitimadora hacia afuera. Cuando acepta un bastón de mando transfigurado en bazuca, apuntada al segundo piso de un gobierno que se inaugurará tambaleando.
CON INFORMACIÓN DE EL IMPARCIAL