La diarquía

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Como nunca, que yo recuerde, tenemos en estos días un presidente fuerte que se va y una Presidenta débil que llega.

Héctor Aguilar Camín

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Como nunca, que yo recuerde, tenemos en estos días un presidente fuerte que se va y una Presidenta débil que llega.

Si el presidente que se va consigue las mayorías calificadas que busca en el Congreso, su herencia y su poder crecerán desorbitadamente.

Habrá dejado escrita su herencia en veinte leyes por aprobar y le habrá heredado a su sucesora el poder suficiente en el Congreso para que cumpla su herencia al pie de la letra.

La presidenta que llega actúa con prudencia cuando asume esa herencia como propia y se dispone a tener un gobierno de acuerdo pleno y no de discordia posible con su antecesor.

Ha escogido para su gabinete a personajes que lo fueron ya del gobierno que se va, pero su combinatoria y su tono parecen distintos.

Ha tenido una buena recepción a su mensaje de cambio con continuidad, pero de cambio, aunque sea en las maneras.

El hecho político de fondo, sin embargo, es que vivimos una diarquía con un polo dominante, el hombre en el poder, y una sucesora débil, a la que le falta sin embargo un momento clave: asumir la Presidencia y sus poderes.

¿En qué terminará esta diarquía?

Imposible saberlo.

Sabemos que López Obrador no se retirará del poder, y así lo dice: conservará su “derecho a disentir”.

¿Cómo se fundirá la presidenta Sheinbaum con el ex presidente disentidor o cómo se separará de él? No lo sabemos, pero sabemos que él estará atrás, presionando, disintiendo.

Sabemos también que en el poder no hay diarquías, que al final alguien manda y alguien obedece.

Sabemos, por tanto, que entre más potente sea López Obrador al llegar al momento legislativo de la ventana de septiembre, con mayorías calificadas en el Congreso, más débil será Claudia Sheinbaum.

Y viceversa: entre menos grande sea la ventana de septiembre para López Obrador, más juego propio tendrá la nueva presidenta.

Hay algo que mejorará el tono de la vida política a partir de octubre: no habrá mañaneras. El país descansará de esa pieza tóxica y quizá descanse también la nueva presidenta.

Pero el hecho es que, si quiere atender a fondo los problemas que hereda, en el gobierno de Sheinbaum el cambio deberá pesar más que la continuidad.

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